Una nueva religión originaria de la Península arábiga se expandió rapidísimamente por Oriente Medio, el norte de África y la Península ibérica. En Occidente, tan solo fue frenada por un ejército franco (batalla de Poitiers) en el año 732 en pleno corazón de lo que hoy es Francia.

Se trataba de una religión monoteísta que bebía de las fuentes del judaísmo y el cristianismo.

Su versatilidad le permitió asentarse con éxito en los territorios conquistados y allí se desarrolló una sociedad altamente avanzada con respecto a los estados feudales de Occidente.

Gracias a ella, el legado romano pervivió en nuestra sociedad; y, en el caso de la Península ibérica, consiguió que este fuese el territorio más rico de Europa occidental en la época.

A pesar de estar en permanente lucha con los cristianos (Cruzadas y Reconquista), el intercambio cultural y económico fue constante entre ambas, especialmente en territorio peninsular.